XXV
LA PRIMAVERA
¡Ay,
qué relumbres y olores!
¡Ay,
cómo ríen los prados!
En mi duermevela matinal, me malhumora una endiablada chillería de
chiquillos. Por fin, sin poder dormir más, me echo, desesperado, de la cama. ¡Ay, qué alboradas..., al mirar el campo por la
ventana abierta, me doy cuenta de que los que alborotan son los pájaros. Por doquiera, el campo se abre en estadillos,
en crujidos, en un hervidero de vida sana y nueva.
Parece que estuviéramos dentro de un
gran panal de luz, que fuese el interior de una inmensa y cálida rosa
encendida.
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